El marketing fabrica la hiperrealidad. Su éxito viene determinado por su capacidad para hacer que la simulación o la falsación sean más atractivas que (y un buen sucedáneo de) la realidad
(Jeremy Rifkin)
Vivimos en una sociedad sin mitos, donde la realidad está construída a base de mundos-imagen nacidos del neoliberalismo y alimentados por el consumo.
Lo que no funciona dentro del imaginario social es borrado y ocultado. Sólo hay cabida para la belleza aséptica y anodina de una sociedad dócil y controlable. El sistema nos construye y moldea, creando seres con personalidades de plástico. La sociedad se convierte en una fábrica de cuerpos obedientes. Una realidad donde todos movemos el mismo cuerpo y pensamos con la misma mente, una mente homogénea y controlable. El sistema es el encargado de generar realidades imaginarias, identidades de plástico y sucedáneos culturales. Hemos pasado del deseo de comprar a la necesidad de hacerse, donde el consumismo se estructura mediante la venta de personalidades a individuos sin rostro. Nos está prohibido el doblepensar, y se nos impone una manera unidireccional de entender la realidad. El sistema es el Gran Hermano que nos da la mano cuando nos salimos del camino establecido. Nada es cuestionable, y el individuo acepta e incluso apoya todo lo impuesto ahogado en el eterno miedo al “otro”.
La urbe se convierte en una herramienta de control y dominación de masas. Es el mecanismo panóptico (mínimo acceso y máxima exposición) que vigila agazapado desde la torre los cuerpos en movimento. Y el espacio público es el medio perfecto para que se den todas éstas características.
La calle se instrumentaliza, se convierte en un medio de adoctrinamiento.
El mobiliario urbano, las plazas, los parques….condicionan la manera de experimentar y vivir el espacio. Un espacio “normalizado”, definido a través de reglas y convenciones. La ciudad se estructura a partir de autómatas guiados y condenados a recorrer un circuito cerrado.
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